Historia de Otívar

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    • El pueblo

Si cogemos la “Carretera de la Cabra” que parte del Suspiro del Moro llegamos a Otívar, en el extremo suroccidental de la provincia granadina, al pie de la Sierra de Cázulas y de la Almijara. En su término municipal nace el río Verde, que discurre por el valle que lleva su nombre y que riega las tierras de esta población, de Jete y de Almuñécar. La tortuosidad accidental, sus laderas abruptas, y unas fuertes pendientes son las características fundamentales que describen la geografía de esta zona.

No existen datos fiables sobre los orígenes de este municipio, si bien su estructura denota su ascendencia árabe, típica de la Alpujarra baja, con calles estrechas y de pendientes pronunciadas. A pesar de no encontrarse hallazgos fiables, unos restos y la mención en varios textos dejan constancia de la existencia de una torre vigía sobre lo alto del cerro de Moscaril. Si bien se pensaba que había un castillo, la tendencia es a afirmar que lo que hubo en otro tiempo fue un puesto que controlase a los barcos y mediante señales de fuego avisase la llegada de barcos o naves invasoras al resto de torres distribuidas por la costa, algunas de las cuales pueden apreciarse en los municipios de Almuñécar y Castell de Ferro.

Se cree que el nombre de Otívar procede del Euskera. Si bien es casi homólogo de Be-Otívar, valle de Guipúzcoa, podemos analizar el vocablo de la siguiente forma: tomamos el prefijo Be como “al pie de” o “bajo de”, Ot como el nombre del pico e Ívar como valle nos queda como resultado: “Bajo el Valle del Pico”
      
Al parecer el pueblo se crea a raíz de aquella ruta del pescado que iba desde Almuñécar hacia Granada. La actual calle Venta era el lugar de descanso y reposo de los mercaderes y la calle Cargadero era donde descargaban las mercancías portadas por animales. Actualmente tiene una población de unos 1.200 habitantes, aunque en la década de los 50 llegó a tener unos 4.000. Este descenso ha venido como consecuencia de la emigración, principalmente a Cataluña, País Vasco y al extranjero.

Antiguamente los vecinos de Otívar se dedicaban a trabajos en la sierra, tales como carboneros, madereros, cabreros y calereros. A orillas del río quedan también los restos de lo que fue una melcochera, cuidada por la familia jeteña de los “Canastas”, que proporcionó trabajo a los habitantes del pueblo hasta cerrar por no ser rentable. Una noria movida por agua del río que llegaba a una acequia impulsaba su maquinaria.
Con posterioridad comenzó la implantación de los cultivos subtropicales, ocupando actualmente al 80 por ciento de la población. El 20 por ciento restante se dedica a los sectores secundario y servicios, especialmente a la hostelería, como actividad complementaria ante el incipiente turismo rural.

De manera significativa cabe señalar la declaración de la Sierra de Almijara junto con las de Alhama y Tejeda como Parque Natural. Este fenómeno supone un impulso decisivo para el desarrollo del turismo rural en la zona.
Su enclave natural, con fascinantes paisajes, permite la práctica de deportes de aventura como parapente, descenso de barrancos y senderismo.

 

El Palacio de Cázulas

Más antiguo que el propio Otívar es la finca de Cázulas, que hasta 1977 fue un marquesado. La citada finca de procedencia árabe ocupaba las dos terceras partes del término municipal y fue fiel reflejo de todos los acontecimientos propios de la nobleza andaluza. La última persona en ocuparla, Doña Mª del Mar Bermúdez de Castro y Seriñá, la Marquesa de Cázulas, murió sin descendencia, pasando sus posesiones por distintas manos hasta ser hoy Hotel Rural.

 

El Alcalde Caridad

La figura histórica más destacada es la de don Juan Fernández Cañas, "el tío Caridad". El célebre alcalde de Otívar, guerrillero conocido también por "el coronel", que tuvo en jaque a las veteranas fuerzas napoleónicas y que tan famoso se hiciera en la guerra de la Independencia.
La invasión napoleónica de 1808 provocó la aparición en España de las guerrillas: una especie de ejércitos de resistencia sin preparación militar, que pusieron en jaque al hasta entonces invicto ejército francés. Los guerrilleros fueron comandados por una larga y afamada serie de personajes que la leyenda o la historia convirtió en héroes, y que suplían su falta de preparación por el conocimiento exhaustivo de una orografía intrincada, perfecta para esconderse y emboscar al enemigo. Uno de esos héroes fue Juan Fernández Cañas, Alcalde de Otívar, también conocido como Alcalde Caridad o Tío Caridad.
Cuando en mayo de 1810 llegaron a Almuñécar las tropas francesas, citaron a las autoridades de la comarca para prestar  juramento de fidelidad al gobierno napoleónico. Los alcaldes son obligados a pagar miles de reales y a entregar todas las armas. Fernández Cañas hace un primer pago, pero esconde el armamento en el campo. Días después, mata a parte de los soldados que venían a prenderle y escapa. Recluta unos pocos guerrilleros y secuestra a los miembros del Cabildo que iban a embargar sus bienes, pero los libera tras hacerles jurar que no servirían al ejército invasor. Los soldados los asedian y huyen hacia Málaga. Cerca de Nerja, y con no más de cien hombres, hacen huir  a un regimiento compuesto por 300 soldados de infantería y 300 de caballería. Escondidos en la sierra de la Almijara, días después irrumpen en el Castillo de La Herradura y  en la guarnición de Nerja, apoderándose de armas, munición y alimento. Rápidamente caen Almuñécar, Salobreña y Motril, donde el General Werle y sus tropas se retiran a Granada sin oponer resistencia. Envalentonado, el Alcalde Caridad manda despachos a todas las villas alpujarreñas para reclutar guerrilleros. En sólo tres meses desde el inicio de su campaña, controla todo el sur provincial y empieza a preparar el asalto a Granada, defendida por el General Sebastiani, jefe de los ejércitos de Napoleón.
Tras algunos intentos fallidos, Sebastiani decide encabezar personalmente un poderoso ejército que desaloje de Padul al Alcalde y su partida. La Lucha es titánica. Caridad resulta herido grave. Sus guerrilleros huyen ante el empuje de las tropas napoleónicas. Fernández Cañas pasará cuarenta y cinco días escondido en una cueva de Lentegí, debatiéndose entre la vida y la muerte. Creyéndolo muerto su partida se disgrega.
Bastante recuperado de sus heridas, se reúne en Cázulas, con lo que queda de su guerrilla. Las noticias le encolerizan: tras engañarlos con falsas promesas para que se entregaran, son ahorcados los 60 hombres que formaban la legión del Castillo de Almuñécar. A partir de entonces no habrá misericordia. Franceses o traidores detenidos son ahorcados sin piedad. Hasta febrero de 1811 la campaña alcanzará proporciones «salvajes», tal y como en 1950 lo califica el escritor y político D. Natalio Rivas Santiago en su discurso de entrada a la Real Academia de Historia “El Alcalde Caridad”.
Su descripción del medio físico da idea también del terror y el dolor de aquellos tiempos: «Breñas y matorrales propios para albergar alimañas, alternan con sierras escarpadas de imposible acceso. Los abismos y despeñaderos, infunden pavor al ánimo más esforzado, y los barrancos son tan profundos, que a su fondo apenas llega la luz del día. Las escasas llanuras carecen de arbolado; tierras totalmente peladas que calcina el sol en verano y endurecen las heladas del invierno. En este escenario tan salvaje tuvo que representar su difícil papel aquel hombre, mezcla de fiera y ser humano, en el espacio de dos años de incesante pelea». Sus enfrentamientos le llevaron de Almería a Málaga, incluso a Alhendín, a las puertas de Granada, sede del General Sebastiani y su brillante Estado Mayor.
Su campaña terminó en 1812, ya muy mermado de salud. Poco antes, el Gobierno de la Regencia le nombró Coronel interino.
Murió el 6 de marzo de 1815, apenas un año después de la derrota de Napoleón.